Desde el ámbito económico y en el sector de joyería, la archifamosa Medalla Milagrosa ha sido siempre un éxito de ventas, no pasa de moda. ¿Su secreto? Los devotos de María conocemos realmente la importancia y el significado de esta pieza que va más allá del concepto erróneo que recibe en ocasiones como simple amuleto, religiosidad folclórica, costumbre parroquiana o incluso superstición.
Desde nuestra infancia la hemos vista sujeta de cadenitas o cordones alrededor de nuestro cuello, en pulseras y hasta de imperdibles cogidos a nuestra ropa. Nos la ponían nuestras madres y abuelas con la esperanza de que recibiéramos el consuelo y amparo de nuestra Madre Redentora en toda adversidad. Y no estaban para nada desencaminadas, pues su simbología nos muestra claramente el verdadero poder que posee la Virgen, representada en el centro de la joya sobre el mundo como la Reina del Cielo y de la Tierra. Si nos fijamos bien, sus pies están pisando una serpiente, como signo de Satanás, indicando la supremacía que la Inmaculada tiene sobre el mal. Además, en forma de rayos, sus manos emanan su gracia que recae sobre la humanidad y sobre los que la imploran. Por eso, para un cristiano es muy importante llevarla puesta, no solo para denotar que somos seguidores suyos, sino que al igual que con la oración, con ella invocamos su protección y bendiciones.
Nos la ponían nuestras madres y abuelas con la esperanza de que recibiéramos el consuelo y amparo de nuestra Madre Redentora en toda adversidad.
Esta medalla creada por Santa Catalina de Labouré, es en realidad una promesa que le hizo en 1830 la mismísima Virgen María a la religiosa vicentina de auxiliar a todo el que la llevara y rezara la oración en ella inscrita. Mas tiene otros propósitos, como el de reafirmarse en la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios y de que nos hagamos conscientes de su misión de intercesión, porque es cierto que es nuestra Madre Celestial, pero a la misma vez, también es muy terrenal. Es en nuestro día a día donde Ella precisamente actúa, y aunque lo hace de manera esporádica a través de magníficos milagros y apariciones, es en concreto en nuestras almas donde va calando su virtud y su fuerza. Aún cuando hablamos del triunfo del bien sobre la faz de la tierra, pensamos en la victoria de la sangre de Cristo derramada. Y eso está muy bien, pero para que el Hijo de Dios viniera al mundo y su historia fuera posible, María fue la clave. Es la eterna mediadora, siempre a disposición del Señor y sus planes de traer la salvación entre nosotros, pues del mismo modo que dejó florecer en su vientre la vida de Jesús, Ella es la que nos concede el don de poder germinar en nuestro corazón el amor verdadero de Dios. Dejándolo más claro, para tener línea directa con el Padre, hay que contactar con Ella y ¡bendita mensajera!, que desde su “Sí” no ha parado de contribuir en la siembra de su voluntad.
Es en realidad una promesa que le hizo en 1830 la mismísima Virgen María a la religiosa vicentina de auxiliar a todo el que la llevara y rezara la oración en ella inscrita.
Sí, definitivamente la Medalla Milagrosa es un recordatorio de que hay que encontrar siempre el buen camino: que oremos siempre a María la que sin pecado fue concebida, que tanto ruega por nosotros y a la que siempre debemos recurrir, pues no nos fallará ni una sola vez.