Quizás la Semana Santa es un tiempo que, motivado por la pasión y muerte de Jesucristo, nos invita más a la reflexión y a la tristeza, pero a la misma vez, funciona como punto de inflexión, siendo el momento perfecto para darle la vuelta al calcetín y transformar todo nuestro pesar en auténtica felicidad. Así que cada Jueves Santo quitémonos las telarañas porque es justo aquí donde nace la Gloria. Lo que parecía un simple gesto de partir el pan, aunque en clave de sacrificio, fue con lo que el Hijo de Dios creó un vínculo de amor eterno con nosotros. Entregándonos su cuerpo, sangre, alma y divinidad inauguró así el más santo de los sacramentos, que es exactamente la Eucaristía, base primordial y fundamental de la iglesia católica, a través de la cual Cristo resucitado se hace presente por mucho que pasen los años, incluso siglos.
Lo que parecía un simple gesto de partir el pan, aunque en clave de sacrificio, fue con lo que el Hijo de Dios creó un vínculo de amor eterno con nosotros.
Leyendo hasta aquí, ya te habrás percatado de que el Corpus Christi no es una fiesta más del calendario Litúrgico, sino que es la FIESTA por excelencia, la que nos devuelve la sonrisa por el perdón de nuestras faltas y además nos recuerda nuestra responsabilidad como cristianos para con el mundo de cumplir el Mandamiento Nuevo que Jesús nos dio y que afianzó con su muerte, el mayor de sus ejemplos.
En ocasiones, es cierto que la mayoría de estas celebraciones cristianas, al ser tan antiguas, acaban tomando un carácter más popular y, de festejo en festejo, es cuando nos despistamos y desviamos la vista de su significado esencial: Cristo crucificado y resucitado por todos nosotros. Por este motivo te dejamos unos tips que nosotros consideramos muy útiles para vivir la festividad del Corpus Christi con total plenitud, alegría y espiritualidad:
1. Adoración del Santísimo Sacramento.
Tengamos presente de que esto es realmente la conmemoración de la última Cena de los discípulos con Jesús, el que se somete hasta el extremo por la salvación humanidad, dejando patente con este acto el amor incondicional e infinito de Dios además de su presencia entre nosotros. Por lo tanto, no tengamos ningún reparo en mostrar nuestra profunda gratitud, tanto al Padre como al Hijo, y dediquémosle tiempo de oración y contemplación.
2. Alabanza.
«¡A Dios dadle gloria!» Que decía nuestro querido San Vicente Ferrer. No son necesarias grandes hazañas para cumplir con este objetivo, simplemente pequeñas acciones que salgan de lo más interno de nuestro ser, como cantos y ovaciones hacia los dones diarios que recibimos de nuestro Padre Celestial. Pero que esto no quede aquí, que esta inmensa alegría que experimentamos tenga como fruto la dedicación al servicio humilde, desinteresado y caritativo hacia los más necesitados. Que el pan de vida con el que nos alimentamos no sea para nuestro propio engorde, más bien para ser testimonio verdadero del Evangelio.
3. Exaltación.
Con el propósito de inculcar a todas las gentes la veneración de este Misterio del Amor, esta celebración se realiza, singularmente, fuera de los templos. Así ocurre también en Valencia, donde cientos de cristianos, desde el año 1372, muestran en las calles con fervor su fe y se agolpan para ver salir la custodia, considerada la más grande del mundo, y para acompañarla en procesión. A su paso, una lluvia de pétalos de flores cae desde los balcones que son adornados para la ocasión, y no son pocos los fieles que, por respeto a la Sagrada Forma, se arrodillan ante Ella. Todo esto acompañado de bailes tradicionales y representaciones bíblicas todas con un nexo de unión: honorar la Consagración del cuerpo y la sangre de Jesucristo. Aprovechemos entonces estas ocasiones para exteriorizar al mundo nuestra alegría de ser cristianos.
Como colofón, el Papa Francisco ya lo deja muy claro: “La Eucaristía no es un premio para los buenos, sino la fuerza para los débiles; para los pecadores es el perdón, el viático que nos ayuda a andar, a caminar”. Vivámosla entonces como un divino regalo y permitamos que Jesucristo habite en nosotros sintiéndonos dichosos de ser invitados a su mesa.