En la gran mayoría de los países alrededor del planeta está a punto de arrancar la más distinguida de las fiestas del año: la Navidad. Sin ninguna duda es la más popular, pero realmente, ¿cómo la definiríamos? Porque, a pesar de que esta celebración tiene su origen dentro del Cristianismo, nuestra cabeza, sin poder evitarlo, directamente la relaciona con abundantes comidas familiares, comprometedoras cenas de empresa, lotería, regalos, villancicos y un sinfín de acontecimientos y tradiciones que parecen casi obligatorios dentro de la sociedad. Este desorden de conceptos se debe a que han pasado siglos y hechos que poco a poco han ido modelándola a tal y como la conocemos hoy en día, y por si no fuera suficiente, la globalización y la mercadotecnia, desde hace ya bastantes décadas, se han encargado de enmarañarlo algo más llevándose esta festividad a su terreno, totalmente económico, con tal de potenciar el consumismo. Eso sí, disfrazado de magia y purpurina, para que nos entre mejor.

Han pasado siglos y hechos que poco a poco han ido modelándola [la Navidad] a tal y como la conocemos hoy en día.

Así que, vamos a aclararnos desde la profundidad de su significado. La Navidad, del latín Nativitas (Nacimiento), es la solemnidad que conmemora el nacimiento de Jesús, el Mesías Hijo de Dios, nacido, en la más inmensa humildad, de Santa María Virgen y concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. También, es necesario hablar sobre su origen, el cual se remonta al año 350, cuando el papa Julio I, sin saber precisa la fecha de nacimiento de Jesucristo (pues en las Sagradas Escrituras no aparece), instauró su celebración el 25 de diciembre con el propósito de sustituir progresivamente los festivales tradicionales del solsticio de invierno del antiguo Imperio Romano, como la Saturnalia y el natalis invicti Solis, dedicados a sus dioses, y poder facilitar de esta manera la conversión del pueblo. A partir de este acontecimiento, si hacemos un repaso por la historia de esta festividad cristiana, cabe destacar tres personajes que la defendieron y fortalecieron en nombre de Dios contra el paganismo.

  • San Gregorio Nacianceno. Una vez propulsada en la Iglesia de occidente esta fiesta en honor al nacimiento del Salvador, este gran teólogo, considerado uno de los padres de la iglesia primitiva y dotado de gran sabiduría y elocuencia, fue, por el año 379, quien alentó su festejo con banquete entre los cristianos de la Iglesia de oriente, empezando en Constantinopla, donde él era arzobispo en aquel momento, favoreciendo así su expansión hacia Antioquia y más tarde a Egipto.
  • San Bonifacio, obispo y mártir conocido también como “Apóstol de los germanos” debido a que su objetivo principal fue organizar y consolidar la Iglesia en Alemania, además de introducir en la fe a todos aquellos que aún la desconocían. Resulta que por el año 723 viajó en una de sus misiones dirección a la Baja Sajonia con el fin de encontrar a la tribu de los Chatti y evangelizarla. Él conocía ya sus prácticas paganas, por eso, fue interrumpir el sacrificio de la vida de un niño que ofrecían en honor a Thor (Dios del Trueno) que se realizaba a los pies de un roble que ellos consideraban sagrado. San Bonifacio, cuando llegó, taló el árbol para convencer a esta gente de que no iban a ser castigados con ningún relámpago dejando patente así la superioridad del amor de Dios frente al poder de sus dioses y creencias. Se conoce que decoró una de las ramas con manzanas y velas encendidas, simbolizando con la fruta nuestro pecado original y la luz de Cristo con los cirios, acto que inició la tradición del Árbol de Navidad.
  • San Nicolás es el más célebre por excelencia, pues su figura es la que dio forma a finales del siglo XIX al recurrente mito de Santa Claus. Los holandeses exiliados en Estados Unidos se llevaron con ellos sus tradiciones entre las cuales estaba la festividad de su patrono, Sinterklaas, y desde entonces, su historia y vestimenta fue gradualmente deformándose hasta quedar del todo irreconocible. Sin embargo, su verdadera identidad fue la del santo obispo de Myra (Turquía) al comienzo del siglo III, protector de los más débiles y desamparados, en especial de los niños. También, valiente defensor de la divinidad de Cristo en tiempos de persecución por parte del Imperio Romano siendo penado por ello con la prisión. Lee más sobre su historia en nuestros perfiles de Instagram y Facebook.

Sin importar el lugar del que provengamos, y por mucho que nos intenten seducir con otro tipo de mensajes, nada puede desviarnos de la verdadera esencia de la Navidad, ya que la promesa de Salvación hecha desde antiguo por nuestro Padre no podrá quebrantarse jamás y su infinito e incondicional amor hecho carne ha venido para quedarse entre nosotros, ni la muerte puede apagarlo, escrito está. Por lo tanto, con toda esta esperanza y siguiendo los mismos pasos que estos defensores de la fe, que se nos permita obtener de igual manera la gracia de #SerLuz.